Historia >> Marco geográfico y protohistórico



2. Marco geográfico y protohistórico

El origen primero del marco geográfico de Gavilanes es el mismo del primitivo Gredos y de toda la Meseta Castellana. Un gigantesco bloque del viejo conjunto granítico, surgido en el último plegamiento Paleozoico, que queda convertido en una penillanura durante el Mesozoico. Es en este período cuando la Cordillera Central se rejuvenece y forma un «Horst» de extrema y pronunciada falla hacia el Sur. Un posterior hundimiento del Valle del Tiétar crea fuertes pendientes y desniveles de hasta 1.500 m. en el Puerto de Mijares, que llega a los 2.300 m. del Cabezo, acentuando la asimetría aún más de las dos vertientes Norte y Sur de la Sierra, hasta llegar a la altura media del Valle, que está entre los 250 y 350 m. a lo largo de todo el recorrido por el río del mismo nombre.

De 12 a 14 m. por encima del nivel del río se extiende una terraza fluvial que reposa sobre materiales del Terciario medio, cantos del Oligoceno.

El Valle es de creación y formación «reciente», y debe su existencia a fenómenos derivados de la evolución de las llanuras que ocupan la depresión del Tajo. Un conjunto de sedimentos terciarios rellenan, al final del Mioceno, la depresión por la que discurre el río, haciendo de colector fluvial las gargantas endorreicas que depositan sus aluviones en la llanura. Posteriormente, avanzado el Plioceno y principio del Cuaternario, todo el macizo se inclina hacia el Oeste, desarrollando una copiosa red fluvial, a la vez que una gran masa de aluviones terciarios, que habían rellenado la depresión del Tajo, se desplazan de Sur a Norte. El Tiétar se moverá libremente por esta pequeña llanura terciaria, encajándose en ella por epigea.

Es en este momento cuando aparece y comienza la protohistoria de Gavilanes. Han transcurrido ya millones de años. Nuestro Valle, cubierto entonces por un lago o mar interior, se ha ido lentamente desecando hasta convertirse en una extensa y pantanosa ciénaga donde pastan gigantescos mastodontes, diplodocus y otros herbívoros; acechando desde las pequeñas alturas o en las laderas de la montaña, monstruosos carnívoros, prestos a cazarlos y devorarlos. Todos ellos, no se sabe aún por qué causa, se extinguen en un momento dado.

Han transcurrido otros cuantos millones de años y ahora nuestro Valle y montaña los habitan ya animales más parecidos a los que hoy conocemos. El clima ha cambiado a Gredos en un inmenso y gélido glacial, sólo interrumpido por vegetación tipo sabana en el Valle. Algunos mammuth, rinocerontes de narices tabicadas, equus, elefantes, bisontes, uros, cérvidos, etc., vagan de un lado para otro en busca de pastos y comida. Desde lo alto de un cerro un ser que anda erguido sobre sus dos extremidades inferiores observa y pacientemente espera el momento oportuno para cazarlos: es el Homo sapiens.

Uno de estos bípedos, el primer «Gavilaniego» o «Gavilaniense» si nos atenemos a la terminología de los paleontólogos del que tengamos noticia, pierde o desecha por inservibles tres útiles líticos encontrados por mí en el monte «El Cerro». El primer objeto es un guijarro preparado para su utilización, es decir, metamorfoseado en «útil». Al núcleo se le ha facetado o tallado en su mitad inferior (Fig. 1) para poder ser agarrado mejor por la mano. Este útil le sirvió a nuestro primer paisano para machacar los grandes huesos de sus víctimas y comer la rica y proteica médula del interior. Los otros dos son sen- das hachas de granito a las que se les ha rebajado una banda en su parte media para mejor enmangarlas (Figs. 2 y 3).




Así que ya tenemos localizado a nuestro primer «abuelo». ¿Edad? Pues unos 17.000 años, más o menos, correspondientes a la época que la ciencia define como finales del Paleolítico Superior y concretamente Magdaleniense y su cuarta oscilación glacial.

Ahora «sólo» han pasado 8.000 años; ya estamos en tiempos «civilizados». La última era glacial se ha retirado más al Norte y sólo quedan pequeños glaciares en la sierra y en las cuencas de las gargantas. Nuestra región se cubre de frondosos bosques de robles, alcornoques, avellanos, abedules, tejos, pinos y otras coníferas. El Valle, no desecado aún del todo, es un inmenso cazadero de cérvidos, caballos, suidos, bóvidos y cápridos. Nuestros antepasados, para estas fechas, ya han conseguido domesticar varios animales, tales como carneros y cabras, pero su principal ocupación sigue siendo la caza de animales salvajes y la recolección de bayas y frutos.

En una de estas excursiones venatorias, otro «Gavilaniego» o «Gavilaniense» pierde (para mi buena suerte que lo encontraré 10.000 años después, en los Linares) una hermosa hacha de piedra pulimentada (Fig. 4). Estos paisanos nuestros del Mesolítico son bastante descuidados, pues vuelvo a hallar, ya en plena vega, dos lascas bifaces de sílex empleadas para desollar pieles (Figs. 5 y 6), un cuchillo de pedernal blanco purísimo (Fig. 7) y otra pequeña y fina hacha de cuarcita (Fig. 8).




Así, pues, aquel «abuelete» nuestro de hace 17.000 años se lo supo hacer bien y nos dejó, ya en el Neolítico, feliz y próspera descendencia. A Dios gracias, porque si no, ni vosotros ni yo estaríamos aquí contándolo.



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