4. Gavilanes en la Edad del Hierro La Edad del Hierro se inicia con la incorporación del nuevo metal, o mejor, de armas e instrumentos elaborados con el mismo al bagaje material de los pueblos protohistóricos. Dicha incorporación, no obstante, no fue simultánea en todos los lugares, y pienso que en Gavilanes, al estar situado en la meseta inferior, no llegaría la nueva corriente hasta avanzados los siglos VII o VI a. de C.La metalurgia del hierro se iniciaría en nuestro pueblo con la explotación, bien documentada por mí, en el rico yacimiento de «la Mina», que perdurará en distintas fases y períodos durante la celtización y romanización hasta llegar a la Alta Edad Media. Gentes nuevas, centroeuropeas de raza aria, los genéricamente llamados celtas, han ido penetrando paulatinamente y en grandes oleadas durante los siglos VIII al V a. de C. en ambas mesetas, superponiéndose a los indígenas, culturalmente más atrasados que los recién llegados. Una rama del gran árbol céltico, los Vettones, se asientan en nuestro valle. Según Estrabón, este pueblo pertenece a la gran tribu lusitana, y ya en el siglo VI a. de C. ha conseguido asentarse firmemente a ambos lados de la sierra de Gredos, parte de la meseta superior, incluido Salamanca, extendiéndose por la inferior hasta el río Tajo como frontera con los Carpetanos, Oretanos y otros varios pueblos celtíberos. Nuestros antepasados, los Vettones, son gente de la llamada cultura hallstática o campos de urnas. Sus ocupaciones son la ganadería y la guerra. Adoran a las fuerzas naturales, al Sol, la Luna, los ríos y fuentes. Sus templos están al aire libre en los claros de los bosques y las cumbres de las montañas. Sus poblados los construyen en la cima de cerros de fácil defensa. Tienen por costumbre incinerar los cadáveres, depositar las cenizas en una vasija y acompañado de sus más queridas pertenencias, armas, adornos, etc., enterrarlas bajo un pequeño túmulo de piedras y cantos. Dos son los poblados o castros descubiertos por mí en los alrededores de Gavilanes. El primero es un hábitat bastante extenso, de casas circulares, que ocupa toda la cumbre amesetada de la Pinosa. Defendido por el Oeste por la escarpada vertiente que mira a la garganta de Mijares, creo ver por su lado Sureste los restos de una muralla que lo defendería por la única parte vulnerable. El segundo poblado, ya en nuestro término municipal, está enclavado en el ya mencionado «el Cerro». Rodeado todo él por una empalizada o muralla cubierta ahora de tierra, pero perfectamente visible en todo su perímetro. En la vertiente Sur, en la ladera de los dos montes que forman el cerro, muy cerca de una fuente romana allí existente, una excavación de extracción de arcillas y tierras para cerámicas bastas, destruyó ya hace muchos años una necrópolis de incineración. Desparramada por todas partes se puede ver aún cerámica incisa, tipo Cogotas II, y restos de diferentes cacharros. Tengo en mi poder un precioso cuenco de carena alta y dibujos incisos de segueados, rayas y ondas. También logré recuperar un ajuar metálico de un guerrero, compuesto de espada de antenas atrofiadas, vaina, pinzas, macho y hembra de un broche de cinturón de bronce, bocado de caballo articulado y umbo de un escudo radial (Fig. 2). Todo ello fechado, por sus características, en el siglo IV a. de C. Otro lugar habitado en estas fechas por nuestros antepasados es el denominado «la Mina», donde he recogido en superficie cerámica de labios exentos, gran cantidad de mazas de minero y un par de hachas de talón (Fig. 3). Así pues, nuestro pueblo, enclavado en el área vettónica, tendría no sólo relaciones y contactos con los castros vecinos de su misma cultura El Raso, Ulaca, Cogotas, Osera, Sanchorreja, etc. , sino me atrevo a afirmar que también lo tendrían con otros pueblos peninsulares, muy especialmente con los del Sur, donde se trasladarían como soldados mercenarios o pastores transhumantes. Influjo reflejado en el dibujo de la placa de cinturón (Fig. 2): un nudo de Hércules de neta cultura tartésica o turdetana. Con lo cual ya tenemos en nuestro pueblo el primer «emigrante» conocido. Costumbre o necesidad transmitida hasta nuestros días; prueba de ello, un servidor de ustedes. |
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