11. Gavilanes bajo el señorío de D. Beltrán de la Cueva El «Asocio», originalmente establecido en el siglo XI como un pacto entre la ciudad de Ávila y su tierra para la común defensa de sus intereses, intervino durante estos siglos en el mantenimiento y administración de toda nuestra comarca por sí o por delegación de los Caballeros Serranos. «El Concejo de Ávila se une a la mayoría de los Concejos Rurales para dar lugar al Asocio de Ávila, cuyo poderío económico se extiende hacia el sur, hacia la frontera» (J. Molinero: Estudio histórico del Asocio de Ávila). Excusado está significar que dicha frontera del Sur es todo el Valle del Tiétar.Los caballeros, como ya dijimos en anteriores apartados, ganaban las nuevas tierras y encargaban a los campesinos/soldados repobladores el cultivo de ellas; este dominio de la tierra estaba fundado en la presura o en la razón de la conquista. Como vimos anteriormente, nuestro pueblo queda en 1393 dentro del señorío formado por las seis villas y sus tierras que crea para Ruy López Dávalos, en cuyo poder permanece hasta la caída en desgracia en el favor de Juan II en el año 1422. Nuevo rey y nuevo condestable, cargo que recae en el valido don Álvaro de Luna. El 26 de febrero de 1438, Juan II, desde Arévalo, donde se encontraba la corte itinerante, expide un Privilegio Rodado por el que se hace recaer los derechos de «El Adrada e Sanct Martir de Valde Iglesias e El Colmenar» (Mombeltrán) en dicho don Álvaro, «donación pura propia e non revocable e perpetual, que es hecha entre vivos». Tengo en mi colección, aparte de varias monedas, dineros, blancas y vellones de esta época, un sello de plomo de una «bula» pontifical del Papa Martín V (1417-1431), hallado junto a la iglesia de Las Torres (Bulla, en latín, significa cualquier objeto redondo artificial), y servían para autentificar los documentos que salían de la Cancillería Pontificia; por supuesto que tal documento no lo he hallado, pero bien pudiera ser cualquier donación o confirmación a la iglesia de Las Torres por aquella época, lo que nos viene a confirmar cierta relevancia eclesiástica de la parroquia durante las primeras etapas de formación del dominio territorial catedralicio (recordemos topónimos de los alrededores, como «Huertas de Santa María», «Prado de las Monjas», etc.). A la muerte del rey don Juan II es ocupado el trono por su hijo Enrique IV el Impotente, proclamado soberano en el castillo de La Adrada; al castillo, regentado por el alcaide, llegó un correo ordenando «se ficieran llantos y alegrias según la costumbre de sus antecesores» y «al próximo sabado anocheciendo se entonaron tres clamores y al domingo se dieron otros tres e luego las Justicias, Alcaide y regidores con judios y moros, enjergados e enlutados con capas negras e golas blancas y el Alguacil mayor con un pendón en la mano con las armas del difunto Rey, quebró un escudo de don Juan II e se dirigieron a la iglesia y penetrando en ella siguieron los llantos y clamores y los caballeros e hijosdalgos subieron al altar e tambien algún gentil y a su pie se vistieron de ropas bermejas y se aferraron con sus mantos de vistosos colores, mientras que el Alguacil Mayor dejó el pendón de don Juan en el suelo y empuñó el pendón de seda carmesí y muy rico de don Enrique y todos juntos comenzaron a dar gritos de alegria y en terminando la misa salieron del templo y dieron una vuelta a la villa, haciendo todos muchos monos y alborozos y en la torre del homenaje del castillo colocaron el pendón gritando con grandes voces: ¡Castilla por el rey D. Enrique! Por la tarde se corrieron toros en la plaza de la villa y duraron los festejos y alegrias hasta tres dias» (Crónica de don Enrique «el cuarto»). Por la historia sabemos que lo que comenzó con alegría al poco tiempo fue luto y tristeza. Vuelven las luchas fratricidas que tanto asolaron Castilla durante el reinado de su tatarabuelo Enrique II. Se abandona la guerra de reconquista contra los moros de Granada, y el reino languidece entre las continuas rencillas del monarca, apoyado en la baja aristocracia y nobleza del mediano estado y la arisca e intransigente alta nobleza, encarnada en personajes como el marqués de Villena, arzobispo Carrillo y linajes aristocráticos de los Manriques, Pimentel, Albas, etc. El rey nombra maestre de la Orden de Santiago, vacante desde la muerte de don Álvaro de Luna, a su mayordomo mayor, don Beltrán de la Cueva, en el año 1464. Es don Beltrán un hidalgo andaluz, favorito del rey y, según los partidarios del marqués de Villena, amante de la reina doña Juana y padre de la infanta heredera doña Juana, apodada «La Beltraneja» por razones obvias. Después de la segunda batalla de Olmedo, los insurgentes se avienen a pactar con el débil rey y condicionan el fin de las hostilidades al cese del condestable como maestre de Santiago, cargo que recae en don Juan Pacheco, marqués de Villena. En compensación, don Beltrán recibe el título de duque de Alburquerque y, entre otros, el de Señor de Mombeltrán. «Vos fago favor, merced e gracia, perpetua e non revocable para vos e vuestros herederos de la mi villa de Colmenar de las Ferrerias de Avila (Monbeltrán) con su castillo e fortaleza e con todos sus vasallos e tierras.» Dado en Valladolid. Dicha villa y aldeas no eran otras que Lanzahíta, San Esteban, Villarejo, Cuevas, Pedro Bernardo, Mijares, Las Torres, Serranillos, Arroyocastaños, La Higuera y Gavilanes. Así pues, ya tenemos a nuestro pueblo en pleno siglo XV con nuevo y flamante señor de horca y cuchillo y que, a mi entender, no sé si al abandonar el yugo de los anteriores Señores Condestables y entrar bajo los dominios del señor duque de Alburquerque, «no saldríamos de Málaga para entrar en Malagón»; pero, en fin, esto son historias de la Historia. Existe en el Archivo Municipal de Mombeltrán, entre otros, un documento (carpeta 2, número 18), fechado en 1457, en el que aparece como titular aún de los señoríos de Arenas y Colmenar (Mombeltrán), doña Juana de Pimentel, viuda de don Alvaro de Luna. La propia señora rubrica esta carta con la expresión de «la triste condesa». Este documento, a través del cual se dejan entrever los distintos niveles y formas de denominación y control de los señores sobre los habitantes de los lugares de sus respectivos señoríos y, por ende, sobre Gavilanes, es decir, sus vasallos, no es otra cosa sino una comunicación de doña Juana de Pimentel a su villa de El Colmenar. En su carta la condesa deja muy claro que, por ser conveniente a su servicio y a la buena administración de la justicia en el lugar, ha decidido nombrar alcalde mayor al licenciado Alfonso Ruiz de Villena, quien, por el ejercicio de su oficio, cobraría una cierta suma que habrá de ser pagada por todos sus vasallos; concretamente, en el año 1457, los vecinos y moradores de la villa de El Colmenar y su tierra deberían entregar 3.500 maravedíes. En los vasallos es, en definitiva, sobre quien recae todo el peso y el gasto que comporta la existencia y extensión de los distintos cargos delegados del señor. Ignoro la cuantía de maravedíes que le correspondería pagar a Gavilanes, que nos hubiera permitido conocer el poblamiento de nuestro pueblo por aquellos años. En otro curioso documento archivado en Mombeltrán (carpeta 2, número 41), fechado en 1485, la duquesa de Alburquerque comunica al Concejo su última decisión acerca del nombramiento de alcaldes y regidores, que habrían de encargarse del gobierno municipal durante los siguientes años. Está claro que, aunque los vasallos podían proponer los nombres de los elegidos, la decisión definitiva y, por tanto, los nombramientos correspondían al señor. Esto es lo que, al fin de cuentas, hace la duquesa de Alburquerque, en nombre de su marido, el último día del año 1485: comunica a sus vasallos de Mombeltrán y sus tierras los nombres de las personas que ocuparán los oficios de alcaldes y regidores al año siguiente. Con relativa frecuencia estamos acostumbrados a manifestar un exacerbado maniqueísmo por lo que se refiere a la supuesta benignidad o maldad en el trato entre vasallos y señores. Incluso se dice «los hombres de tal pueblo vivían mejor o peor que los de su comarca porque dependían directamente de un señor que velaba por sus intereses». Conviene desterrar este tipo de afirmaciones. En la actualidad está muy claro, y así queda demostrado en este documento, que los lugares del señorío, entre los cuales no olvidemos estaba Gavilanes, se obligaban a mantener una relación permanente, un poco en todas las actividades, respecto al titular. Sin duda, éste era el caso de la villa de Mombeltrán y comarca a finales del siglo XV y comienzos en lo que se ha venido en llamar Edad Moderna. Concluyendo, comprobamos que en el proceso de señorialización del siglo XV inciden, con fuerza, dos factores: uno humano, la nueva nobleza trastamarista, y el segundo estructural, en el que los intereses de los señores feudales evolucionan desde el control de la riqueza agrícola y ganadera, la posesión de la tierra, a un estadio final en el que predomina la jurisdicción sobre los hombres y riquezas, única forma posible de rehacer las economías de las haciendas señoriales en crisis por la inflación crónica de los precios. Para conseguirlo recurrirán a todo tipo de abusos y comportamientos violentos, que son exponente, como dice Cortázar, de «la falta de capacidad de transformación del régimen señorial». No en vano la primera orden que dieron nuestros queridos duques de Alburquerque fue poner el rollo o picota en medio de la plaza de la villa, para que propios y visitantes pudieran contemplarla a diario. Y como diríamos en nuestro pueblo, «el que avisa no es traidor». |
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