Historia >> Gavilanes en el siglo XIX



16. Gavilanes en el siglo XIX

Guerra de la Independencia

La guerra de la Independencia dejó una profunda huella en la nación española y la invasión napoleónica representó para Ávila una negra página de su historia. Sánchez Albornoz dice que «ni una sola heroicidad, ni un solo acto que haga de los abulenses de aquella época dignos descendientes del Ávila medieval», afirmación que resulta parcialmente desprovista de realidad, ya que si la ciudad sólo al principio de la contienda opone mínima resistencia al invasor, no sucede así en la provincia y especialmente en su región sur. Inicialmente Ávila se declara pro-borbónica y se niega a enviar representantes a la Diputación General de Bayona, farsa montada por Napoleón para despojar del trono de España a Carlos IV en favor de su hermano José.

Ávila, durante todo el año 1808, se proclama por Fernando VII, y esta proclamación la hace solemnemente el duque de Medinaceli ante el concejo, celebrándose durante varios días festejos religiosos y laicos, como capeas y juegos en la plaza mayor. En junio de 1809, Ávila figura como núcleo español de resistencia. El 1 de septiembre de ese año se crea el Regimiento de Voluntarios de Ávila, que al poco tiempo pasa a defender la ciudad de Ciudad Rodrigo, donde es sitiado, y al capitular la plaza es hecho prisionero en su totalidad. En enero de 1809, las avanzadillas del mariscal Lefêvre llegan a sus murallas; tras breve resistencia, los 15.000 granaderos del francés entran en la ciudad, que es saqueada durante tres días a sangre y fuego, hasta que la intercesión del obispo Manuel Gómez Salazar ante el general, consigue detener el saqueo. Las tropas francesas se retiran de Avila el 7 de enero, dejando tras sí una ciudad arruinada y desolada. El 18 del mismo mes, el mariscal Joseph Leopold Hugo ocupa de nuevo la ciudad y se hace proclamar comandante de la provincia de Avila y sus contornos. Hubo una parte de la población que no aceptó esta ocupación y huyó de la ciudad. Muchos mozos fugitivos se refugiaron en las escarpadas laderas de Gredos y allí se organizaron en guerrilla, hostigando las líneas de abastecimiento francesas. El 25 de febrero de 1809, un destacamento de 25 dragones westfalianos, enviados a Arenas para proceder a la requisa de víveres y vino, es masacrado por los areneros. El hispanista norteamericano Gabriel H. Lovett describe así los drámaticos sucesos:

«Cuando los alemanes se sentaron a comer, la población los arrolló furiosa. Uno logró escapar. A los demás se les llevó a un cerro en donde se alza un monasterio. Estaban los hombres a punto de hacer una fila de prisioneros contra la pared, cuando una muchedumbre de mujeres enfurecidas rompió el cordón que formaban los hombres y se echaron sobre los prisioneros con una gritería salvaje. Se hizo con los alemanes la carnicería más diabólica que pueda imaginarse. Se les quebrantaron las piernas y brazos, se les cortaron los genitales y se les arrancó el corazón...»


El mariscal Laval, enfurecido, manda una expedición de castigo desde la vecina Talavera a cargo de dos regimientos alemanes, uno holandés y varios dragones franceses, produciéndose una espantosa masacre entre los arenenses, saqueando e incendiando la villa. D. José Carramolino, vicario de Arenas, fue testigo de tal «hazaña» y nos ha dejado una sobria y patética relación del «degüello, saqueo e incendio» que sufrió la villa:

«... fueron muertas treinta y una personas de ambos sexos y heridas once, de las cuales murieron nueve después de mucho padecer ... el saqueo fue general en todas las casas que no incendiaron ... el incendio redujo a cenizas más de trescientas casas y barrios enteros quedaron destruidos... Ayuntamiento, Pósito, cárcel, escuelas, Convento de Agustinos Calzados, etc... Los vecinos que lograron huir se refugiaron en los montes cercanos, no regresando hasta pasados algunos días...»


No mejor suerte le cupo a la villa de Mombeltrán. Una partida de dragones franceses llegó hasta ella. Un grupo de paisanos intentó la resistencia, refugiándose en el castillo. Al primer cañonazo, desistieron los defensores; sin embargo, los invasores tomaron represalias y en el lugar llamado la Pajaranca fusilaron a unos cuantos «rebeldes», conociéndose desde entonces como «Portillo de los muertos».

Hartos de tales tropelías, nuestros hombres, mozos y viejos, se echan al monte y forman partidas de guerrilleros, siendo su actividad durante toda la contienda muy fuerte. Constantes por toda la sierra fueron las de Ignacio Morales, Pedro de Pablos, Fernando Garrido, Camilo Gómez, Gregorio González Conde, Antonio Temprano, Juan Palares (a) «el Médico», José Rodríguez «el Cocinero», José Martín y la guerrilla que tenía su cuartel en la Pinosa, frente a Gavilanes. Su jefe era el cura párroco de Higueras de las Dueñas, D. Miguel de Quero, de quien se dice que había matado a trece franceses que iban a Escalona. Este «pacífico» cura formó los «Voluntarios de la Cruzada del Tiétar» con 600 infantes y 100 caballos, llegando en sus incursiones hasta las provincias extremeñas. Se retiró al final de la contienda con el grado de Brigadier a su pueblo, supongo yo que a rezar por las almas de aquellos que él había ayudado a pasar a mejor vida. Amén.




En 1785, Mombeltrán y sus aldeas, entre ellas Gavilanes, quedan incorporadas al gran partido judicial de Talavera de la Reina. Medio siglo dura tal dependencia. En el año 1833 se reorganiza la provincia de Ávila y la Villa de Mombeltrán pasa a depender en lo administrativo de Arenas, conservando solamente jurisdicción en los anejos de Arroyo Castaño y La Higuera. Este acontecimiento es trascendental para nuestro pueblo, pues a partir de este año, Gavilanes queda independiente del Señorío de Alburquerque, dependiendo en todos los órdenes, jurisdiccional y administrativo, de Arenas de San Pedro. Así pues, 1833 marca un hito más y muy importante en la historia de nuestro pueblo, abandonando, y ya para siempre, la «bondadosa» y secular tutela de la Villa de Mombeltrán y de su señor el duque de Alburquerque, a la sazón D. Manuel Miguel Pérez Osorio Spínola de la Cueva, decimocuarto marqués de Alcañices y de los Balbases, conde de Ledesma y de Huelma.

Este hecho, que ha pasado desapercibido, es para la historia de Gavilanes de suma importancia porque a partir de esta fecha nuestro pueblo puede ya elegir libremente y por votación popular, y sin la autorización de Mombeltrán y el visto bueno del duque, aquellos ediles, alguaciles, regidores y demás autoridades locales que crea necesario para la buena administración de la aldea, así como leyes internas, fechas de recogida de los frutos, aprovechamiento de pastos en la sierra y su dehesa boyar, tala de árboles, pesca en sus gargantas, etc.; en fin, todo aquello que concierne a nuestro pueblo y sólo a él. ¡Cuatrocientos años nos costó ganar esos pequeños derechos y libertades!

Pascual Madoz, en su Diccionario de los Pueblos de España, pág. 95, "Ávila" (1845), dice: «Gavilanes, aldea de la provincia de Ávila, de 250 almas, iglesia parroquial bajo la advocación de la señora Santa Ana, 90 casas construidas en obra de granito y las más en adobe, ganadería mayor y huertas de frutales y praderas. Se comunica con la carretera de Madrid-Plasencia por un camino de herradura intransitable en su recorrido para carruajes de tiro. Otros caminos o sendas, con las villas de Pedro Bernardo y Mijares.» Como veis, más o menos la misma situación de hace cuarenta años.

Acontecimientos de gran resonancia nacional en el bienio 1836-37 fue la promulgación de las leyes de Mendizábal sobre la desamortización eclesiástica ligada con preceptos reformadores del clero regular y de las contribuciones hasta entonces percibidas por la Iglesia.

La Iglesia en la provincia de Ávila, posiblemente en mayor proporción que en otras Diócesis, tenía vinculados una gran masa de bienes que procedían de donaciones y que servían de base económica al estamento clerical. La desamortización significaba, aunque sólo fuera teóricamente, la privación al Clero de la fuerza económica que le sustentaba. Por los decretos desamortizadores de Álvarez Mendizábal se pusieron a la venta, sólo en nuestra provincia, 975 fincas rústicas que fueron a parar a la nueva oligarquía de grandes terratenientes. Gavilanes (es un hecho poco conocido) no fue ajeno a esta desamortización. La dehesa conocida por «Dehesa de Canto Gordo», perteneciente a la Iglesia, fue sacada a pública subasta, adjudicándosela una familia de comerciantes apellidada Mínguez, cuyo disfrute gozan hasta el día de hoy. El resto de bienes, prado del cura, casa y viña se consideraron necesarios para el sustento y mantenimiento del párroco y fueron exentas de subasta.

Otros sucesos acaecieron por estos años en los alrededores de nuestro pueblo. El 22 de junio de 1838, «una facción carlista, partiendo de los montes de Gavilanes y en número de 500 hombres al mando del cabecilla Blas García «Perdiz» asalta y quema cuarenta y cuatro casas de las mejores de Arenas de San Pedro, perdiéndose 2.000 cántaros de aceite y grandes existencias de vino y aguardiente, dañándose igualmente las tinajas para su entroje (Archivo Municipal de Arenas, legajo 53). El 5 de julio, la misma partida saquea Ramacastañas, dando muerte a los soldados de la Milicia Nacional que les opusieron resistencia, amparándose a continuación en la vecina sierra.

Otro guerrillero carlista que operaba en nuestra sierra fue Juan Santos, apresado por las cuadrillas de voluntarios y ejecutado en Ávila. Acontecimiento triste fue la declaración del cólera morbo («El garrotillo»), que afectó a todos los pueblos de nuestra comarca, causando en ellos, y muy especialmente en su población infantil, gran mortandad. En fin, que el siglo se despidió de Gavilanes tal y como empezó, con guerras en Marruecos, Cuba, Filipinas, cólera morbo... Total, un venturosa siglo.



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