Historia >> Gavilanes en el siglo XX



17. Gavilanes en el siglo XX

Por fin ya hemos llegado. Ya estamos en el siglo XX. Después de un viaje al pasado de nuestro pueblo en el que sin duda faltarán muchos episodios históricos y cotidianos , confío en vuestra tolerancia para los involuntarios fallos que habré de cargar a la inexperiencia y limitación de conocimientos de la tarea que me impuse al comenzar este trabajo. Ya estamos de vuelta en el presente. Pero tal vez con una idea más completa de la pequeña historia, datos, fechas y episodios de nuestro pueblo.

En el siglo XX Gavilanes se recupera demográficamente tras las depresiones de los siglos precedentes. La población del pueblo en 1900 es de 1.060 almas, en 1930 son 1.220. A mitad de siglo, en 1950, son 1.400 habitantes, que sólo una década posterior han bajado a sólo 1.000, siendo en la actualidad 850. El descenso poblacional se debe, por una parte, a una baja en la tasa de natalidad, y especialmente, en la obligada y dolorosa emigración a otras provincias en busca de trabajo. El éxodo gavilaniego, casi nulo en los treinta primeros años de siglo, va in crescendo a partir del final de la Guerra Civil, hasta llegar a los años 60, en los que familias completas abandonan nuestro pueblo y, salvo unos pocos que lo hacen cruzando el «charco» (Argentina, Perú y California), dos son los focos emigratorios principales: uno exterior, a la Comunidad Europea: Francia, Bélgica y Alemania, y otro interior, al País Vasco, Barcelona y principal y masivamente a Madrid. (Entre los cuales se encuentra este servidor de ustedes.)

Gavilanes, en los comienzos del siglo, sigue manteniendo la secular incomunicación geográfica con toda la región, hasta el punto de que a los jóvenes de ahora les costaría comprender que todavía en 1900 nuestros abuelos, si querían ir a Avila, lo tuvieran que hacer a lomos de burro o de caballo, y eso, los más afortunados, porque a los otros sólo les quedaba «el coche de San Fernando, unas veces a pie y otras andando» por caminos intransitables de montaña, o que ir a Madrid supusiera dos días entre borrico y diligencia, o que traer mercancías desde Talavera (40 Km.) un carro de vacas empleara dos días en ir y regresar. Pero no sólo en 1900, sino que muy avanzado el siglo, en 1920, las circunstancias no habían cambiado lo más mínimo. Transcribo literalmente el apartado dedicado a Gavilanes del delicioso libro La Andalucía de Avila, escrito en esos años por D. Abelardo Rivera, que, mejor que yo, describe lo que en ese entonces era nuestro pueblo:


«Gavilanes, lugar de 260 vecinos que suman un total de 1.060 habitantes, situado al pie de la estribación del monte núm. 9 del catálogo (correspondiente a la Sierra de Gredos), entre los términos municipales de Pedro Bernardo, Mijares, Serranillos y el río Tiétar, límite de la provincia de Toledo. Un camino vecinal, de herradura y próximo, lo pone en comunicación de la carretera de Almorox-Arenas de San Pedro. El pueblo es, realmente, montañoso. Empinadas cuestas; la falda de la montaña. Cuando la lluvia favorece los campos, las calles son verdaderos torrentes, que, con ímpetu, arrastran todo cuanto encuentran al paso. Consta de diez o doce calles, y las casas construidas, como en la época rudimentaria, mantienen su equilibrio por un milagro de la estática, y carecen en absoluto de la más elemental regla de higiene. Los balcones y el piso principal son de madera; las fachadas sin lucir; las ventanas microscópicas; en una palabra, la habitación es la antítesis de la campiña. Campiña feraz, con hermosos prados de verdor imperecedero, es delicia de la vista, y hace respirar a todo pulmón el aire saturado de los pinos.
Abundan los árboles, y sobre todo, los castaños, existiendo ejemplares milenarios, particularmente uno, cuyo perímetro es de unos diez metros. En verano, la sombra y frescura de estos árboles hace gratísima su estancia, bajo su copa. Ganado, maderas, resinas, vid, olivos, nogales, higueras, naranjos, hortalizas de todas clases y, especialmente, la fruta, es abundante y sabrosísima.
El agua, elemento indispensable en la vida del individuo y de los pueblos, es de una abundancia extraordinaria. Docenas de arroyos y gargantas cruzan por doquier. Agua fresca, cristalina. Pero donde la vista se recrea y contempla el grandioso escenario de la Naturaleza es en el salto denominado «La Chorrera de Blasco Chico». Una vena líquida, enorme, se precipita desde la cima del monte, estribación de Gredos, a la garganta del mismo nombre. El espectáculo es hermoso, soberbio. La mano de Dios ha volcado parte de su tesoro. Precipítase como un huracán, y con un ímpetu que, de explotarse para energía eléctrica, sería de una fuerza enorme, un venero de riquezas y un avance en el progreso, amén de las modificaciones que sufrirían estos pueblos en su medio ambiente. Verdes prados descienden desde la cúspide y hallan los ganados abundantes pastos.
La indumentaria no parece haya sufrido grandes transformaciones, a pesar del siglo en que moramos, y sigue siendo primitiva. Albarcas de fabricación casera, que antes eran de cuero, y en la actualidad son trozos de cubierta de autos, con agujeros y una tira de piel, con la que se ciñen el pie y el tobillo. Pantalón de pana, con faja enorme, que les cubre toda la cintura y parte de las nalgas. Blusa de Mahón encima. Cúbrense con amplio sombrero de filtro endurecido, con la forma de un pequeño cono, de grandes alas de borde vuelto hacia arriba, que impide en la época de las lluvias mojarse el rostro y los hombros. El sombrero es la prenda esencial. Poco falta para que duerman con él. Sólo se lo afianzan en el occipucio, y, sin haber en ello hipérbole, hay cráneos cuya conformación parece haberse modelado para tocarse con esos sombreros exclusivamente. La gente moza usa escarapelas de chillones colorines, y cuando llega la primavera, y con ella las flores adornan la campilla, decoran con ellas sus sombreros.
La mujer es más sencilla. En plena canícula viste la saya de bayeta encarnada con ribetes negros; blusa cerrada hasta el cuello, con largas y estrechas mangas. El calzado es negativo, práctico y económico, aun en detrimento de su integridad física. Usa corsé de ballena, que ciñe a su cuerpo, aprisionándole sin piedad, hasta el punto de parecer gestantes, por el desarrollo del vientre, muchas jóvenes y solteras. Es costumbre, y la costumbre... es ley, y no hay modo de hacerles comprender otra cosa. No se rinde culto a la belleza, y no hay nada que nos recuerde a Grecia en su modo de ser...
Las costumbres, no olvidando el «fervor» con que rinden culto a Baco, no pasan de cierta inocente candidez. Gustan de la música. Un gramófono, una gaita, un sencillo organillo verbenero, les hacen danzar sin descanso y sin tregua horas y más horas. A pesar de la miseria fisiológica, por la frugalidad de su alimento tienen gran resistencia orgánica, y son trabajadores y activos; laboran todo el día; cantan y bailan parte de la noche.
En las bodas, lo típico es un banquete que dure tres, cuatro y hasta cinco días, consumiendo grandes cantidades de comida y bebida, y... baile constante por la mañana, por la tarde, por la noche. Bailar con la novia un elemento ajeno a la familia, equivale a aportar unas pesetas para el nuevo matrimonio. Hay categorías, según el carácter social del individuo, y tienen otras virtudes que les hacen ser hospitalarios, honrados y buenos españoles, amantes de su Patria.»



Y no es que nuestro pueblo en la actualidad sea un dechado de perfección y comodidad digna de toda alabanza; por el contrario, soy consciente de algunos graves defectos, pero es innegable que ha experimentado evidentes y grandes mejoras. En 1928 se construye la carretera que va prácticamente por el antiguo camino de herradura hasta la Cantina nueva, que, enlazando con la comarcal 501, nos pone en comunicación abierta con Madrid por el Este y con Arenas por el Oeste. En los años 40 se abre el tramo hasta Mijares, su puerto y por el Norte con Avila. Así pues, él crónico aislamiento de siglos queda al fin finiquito. También la luz eléctrica, otra conquista de la técnica, llega a nuestro pueblo en 1935. Fue en ese año cuando se construye una pequeña central en el espléndido emplazamiento de La Chorrera, y es ese mismo año cuando, ante el asombro de todo el vecindario, se encienden las primeras bombillas eléctricas, concediendo la empresa constructora, a cambio de la cesión de aguas serranas, el disfrute gratis de una bombilla por casa (acontecimiento que no estaría de más recordar a los actuales propietarios de la Central) y gratis también el alumbrado público.

Otro logro conseguido en los 50 es el servicio telefónico, y desde 1960 cuenta también nuestro pueblo con servicio de agua corriente a domicilio y su correspondiente alcantarillado y saneamiento. En los 50 se pavimentan las principales calles, labor no interrumpida hasta estos días. Unido esto al cambio radical en la calidad y construcción de la vivienda, hace que la vida hoy en el pueblo tenga un nivel de digna habitalidad e higiene. Hoy, afortunadamente, aquella descripción de Gavilanes en La Andalucía de Ávila ha quedado desterrada definitivamente de nuestro pueblo, porque, defectos «hailos», pero con tiempo y una caña todo se pesca, creo yo.

Como veréis, he pasado por alto la indudable y triste mención de ese acontecimiento que, como en toda España, nuestro pueblo también padeció en sufrimiento y muerte. Me refiero a la guerra civil del 36, que ojalá, y así lo creo, no vuelva a repetirse nunca más entre hermanos.

Acontecimiento de la mayor importancia para nuestra exigua economía local es el desgraciado y pavoroso incendio del año 1986, que durantes tres días asoló, arrasó y convirtió en cenizas más del 80 % de nuestra masa forestal, y aunque seguidamente se procedió a su repoblación, dudo que ni nuestros hijos lleguen a ver aquel lujurioso bosque que nosotros pudimos disfrutar.



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